+Cuando jugaba con Barcelona, en 2014 sufrió una agresión racista, equiparándolo con un mico
+El crack brasileño da luz a la brillante oscuridad del futbol mexicano
+Sirve el pase de gol en el empate 1-1 con Mazatlán
+ “¡Oé, oé, Dani!”, corean frenéticos 35 mil aficionados en el estadio de CU
+Festín del balón, mientras persiste el escándalo de acoso sexual a jugadoras del Tri, no sólo en la Sub-20
Jesús Yáñez Orozco
Ciudad de México, 28 de julio (BALÓN CUADRADO).- Ícono del futbol mundial, con el número 33 en la espalda, 39 años de edad –cifras que parecen cabalísticas–, Daniel Samuel Alves da Silva debutó ayer con Pumas. Sólo brilló una estrella entre las 44 piernas, sobre el firmamento verde de la cancha de Ciudad Universitaria: él. Nadie más. Noticia que, irremediablemente, por lo que representa, dio la vuelta al mundo. Y se hizo viral en redes sociales.
Pese a los juicios de la prensa que se desviven en elogios, sin ser excelso, Dani Alves tuvo un discreto debut: dio el pase de gol en el empate 1-1 contra Mazatlán en la fecha cinco de la estulta liga MX.
Poco antes del minuto 60 cobró un tiro de esquina que hizo rememorar aquella infausta escena, enfundado en la camiseta del Barcelona que causó furor mundial: descendió del tobogán de la teoría darwiniana, ese lejano 27 de abril de 2014.
En un partido contra el Villarreal como local, uno de los 22 mil aficionados le lanzó un plátano cuando se perfilaba para cobrar un tiro de esquina por la banda derecha.
Acción que llevaba un mensaje implícito, lapidario, oprobioso: reducirlo a mico.
Quedó petrificado, inexpresivo, con la entraña quebrantada, una fracción de segundos, ante la agresión discriminatoria para sacarlo de sus casillas. Con extraordinaria agilidad mental se rehízo y reaccionó, incendiado por el orgullo maltrecho, desde su gélida frialdad: peló la fruta con desdén. Penacho negro su cabeza, antes de decidir raparse.
Tiró la cáscara y lo comió igual que una serpiente devora a su presa.
Era el minuto 76.
Inmediatamente cobró su disparo con la pierna derecha haciéndole una caricia al balón, sirviéndolo sobre el área grande.
Imagen que se convirtió, en su momento, en un movimiento antirracista en España y buena parte del resto del mundo. Se solidarizaron con él otros deportistas, incluso políticos. Poco después el ‘agresor’ fue detenido. Y liberado casi inmediatamente.
Ayer en CU, como siempre su cuerpo pétreo, cincelado por más de dos décadas de futbol de paga: pelado a rapa, 1.71 metros de estatura y 81 kilos de peso. Rostro granítico, marmóreo, inexpresivo. Impertérrita máscara carnosa donde aparece en relieve una barba cerrada oscura como la noche. Parece sepultar su pasión que trae atada al corazón y el pensamiento con una invisible losa de indiferencia.
De vez en cuando suelta una fugaz sonrisa, como si lanzara una cansada flor a la afición.
Mira sin mirar sobre unos botines verde fosforescente que danzan, hojas al viento, sobre el césped húmedo mojado por una pertinaz lluvia previa.
Así suelen ser los ídolos.
Ícono del futbol mundial –con el irrompible récord de 44 títulos obtenidos en su carrera de 21 años–, gracias a su carismática bonhomía dentro y fuera de la cancha.
Apenas iluminaron, tenues, sus chispazos, pinceladas futboleras.
Una suerte de Van Gogh del balón.
Aunque, con 39 años, se encuentra en el umbral de la ancianidad futbolística, arrancó el alarido de los casi 45 mil aficionados en el Estadio de CU.
Ante la villanía irremediable del tiempo sus piernas parecen dos tortugas somnolientas sobre la arena del mar, morena de sol.
Acorazado de tatuajes sobre su piel morena como lienzo.
Destellaba con luz propia en la brillante oscuridad del futbol mexicano
De Pumas, Alves ha dicho:
“Es maravilloso, pero ahora lo será más conmigo”.
Mas impensable que Alves saque del abismal marasmo de mediocridad al balompié local.
Vana quimera.
Una golondrina no hace verano, advierte el refrán.
Estará destinado a dar solo chispazos de buen futbol. Su etiqueta de crack será eclipsada por el nivel cavernario de la liga.
Y porque sus piernas de quelonio cansado no dan para más. Semejaba un general acorazado de medallas quien, desde lo alto de una colina, miraba cómo combatían sus famélicas tropas.
Publicada hoy, quizá la mejor crónica sobre el debut del crack brasileño está en la pluma del periodista mexicano Diego Mancera –corresponsal del diario El País— licenciado en Periodismo y Comunicación por la Universidad Nacional Autónoma de México:
En el estadio Olímpico Universitario se han visto proezas irrepetibles en el deporte. Del salto de longitud de Bob Beamon de 8,90 metros que nadie ha batido, el grito con el puño en alto en contra de la violencia racial de John Carlos y Tommie Smith a un Diego Armando Maradona imbatible durante la fase de grupos en el Mundial de 1986. Ahí mismo aterrizó un Dani Alves, que cambia el estrés por la sonrisa perpetua.
El brasileño, en una gambeta tan imposible como insospechada, ya hizo su debut con los Pumas. Completó los 90 minutos y dio la asistencia para el gol del empate frente a Mazatlán (1-1) en el último minuto.
“Para empezar, no está mal, apenas llegué”, resumió el veterano.
Alves ha tenido un ritmo de juvenil recién fichado en Europa. Arribó a la capital mexicana un viernes por la tarde, al otro día dejó de lado el jet lag para firmar su contrato, ser presentado y realizar su primer entrenamiento.
Un par de días después, viajó a Guatemala a tramitar su visa de trabajo y volver para entrenar. Su titularidad de este miércoles era un respaldo a la constancia del brasileño. El primer partido de Alves, de 39 años, cayó a mitad de semana debido al calendario.
La lluvia parecía ahuyentar a los aficionados, pero no todos los días podían tener en su campo a un multicampeón. Esto parecía, con más de 35.000 aficionados, más una noche de final que la quinta fecha de la Liga MX
Con botines verde chillante, Dani Alves se presentó ante los suyos. Los aficionados mexicanos le dedicaron el primer cántico para consentirlo.
(E involuntariamente exorcizar la demoníaca lluvia que seguía amenazante):
“¡Oé, oé, Dani, Dani, oé, oé!”.
El brasileño les respondió con un aplauso. La música del estadio pasó de The Weeknd a Mas que nada de Sérgio Mendes, un cliché válido para esta noche.
El futbolista fue investido como uno más de Pumas cuando levantó el puño en alto y escuchó el himno universitario, ceremonia de abolengo en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Alves mutó sobre el terreno: fue un mediocampista diestro, dispuesto a servir pases más que correr. Con cada jugada, cada toque, era vitoreado. Incluso si solo pegaba la carrera de rutina.
Cuando cobró su primer tiro de esquina fue celebrado como un gol. Eso sí, cuando alguien le cometía falta, el alboroto era como si se hubiesen denigrado los murales de Siqueiros o de O’Gorman.
La noche que iba a ser de Alves, fue robada por los de Mazatlán a falta de 15 minutos del final con un gol que silenció las gradas. Los Pumas habían mostrado más al ataque, pero se empacharon de tanto toque.
El tiempo se agotaba y los felinos se aferraban a esas últimas jugadas para empatar. Alves, con el guión ya escrito en sus piernas, cobró un tiro de esquina justo para que su compañero Nicolás Freire hiciera el 1-1.
Alegría para los universitarios que no se querían ir sin nada en el bolsillo con las estadísticas a su favor: 20 tiros a puerta por solo siete de sus rivales; 427 pases de los felinos frente a sólo 284 de los de Sinaloa.
“[Alves] es alguien que contagia, con muchísimo recorrido, anticipa muchas cosas. Tiene una lectura diferente. Es un privilegio de escucharlo, habla bastante. Es un aprendizaje también, debe de tener 3.000 batallas luchadas“, valoró su entrenador, Andrés Lillini.
El nuevo ídolo puma, Dani Alves, ya dio motivos para creer en que pelea en serio por un lugar en el Mundial de Qatar con Brasil.
Hasta aquí El País.
Inconmensurable festín del balón, mientras se cierne –como espada de Damocles sobre el balompié nacional— el escándalo de acoso sexual en las selecciones femeniles, no solo la Sub-20.
Total: se vale soñar.